EL PUZLE DEL CORAZÓN
Dejé mi corazón a la vista de todos, y acabó roto en mil pedazos. Creí que era el final de mi vida. Apenas sin fuerzas y malherida, empecé a recoger cada trocito de sentimiento esparcido y después de un tiempo, con lágrimas de dolor, logré recomponerlo. Nunca quedó igual que antes; mi corazón era la viva imagen de un puzle dañado e incompleto. Faltaba la pieza de la confianza.
Después, guardé mi corazón en un cofre y me dirigí hacia una ferretería. Compré el candado más robusto que encontré, me aseguré de cerrar bien la cajita de acero y fui sin pensarlo a la herrería de mi pueblo.
–Quiero que funda usted estas dos llaves delante de mí, por favor.
El propietario cumplió con su trabajo y volví a casa. Busqué el lugar más recóndito de mi hogar y escondí lo más importante que tenía yo; el motor que conseguía mantenerme viva. Mi misión había acabado. Me senté en el suelo y lloré de alivio. Nunca más expondría mi corazón.
–Haces bien en proteger tu corazón bajo candado, pero tiene poca importancia que lo escondas, pues existen miles de llaves en el mundo que pueden abrirlo. -me dijo una voz que parecía deslizarse del cielo.
Yo me asusté, y entonces me susurró muy bajito al oído:
–Tranquila, esas llaves son muy especiales. Tan solo funcionan cuando las manos que las tocan son las tuyas. Tú eliges a quién se lo cierras y a quién se lo abres.
Suspiré reconfortada.
–¡Ah! Mira lo que he encontrado. –me dijo–. Creo que la perdiste hace ya mucho tiempo. –y la voz desapareció dejando aquella sorpresa ante mis ojos.
¡Era la pieza que me faltaba! ¡Volví a recuperar la confianza! Estaba algo deteriorada, pero encajó perfectamente en el hueco de mi corazón.
Brígida García Ríos