top of page

LOS CELOS DE LA MUERTE

 

Llegué a amar la Vida tan intensamente que la propia Muerte se estaba muriendo de celos y, en un arrebato de furia, ésta actuó en juramento de conquistar mi alma para siempre, usando contra mí su pócima más infalible; el miedo.   

    Su hechizo comenzó a hacer efecto de inmediato y comencé a tener miedo a cada una de las cosas hermosas que existían. Dejé de viajar por miedo a tener un accidente. Dejé de querer por miedo a ser abandonado. Dejé de superarme por miedo a equivocarme. Dejé de compartir por miedo a herir. Y por miedo a mil cosas más, dejé de cuidarme y de realizar todo aquello que más me hacía feliz. Sencillamente, dejé de amar la Vida.

    Poco a poco, quedé en la más oscura soledad, donde la única sensación que experimentaba mi cuerpo eran aquellos interminables látigos del temor, y así terminé comprometiéndome con la Muerte ante el pánico de resbalar hacia el vacío desolador de la nada. Ante esa decisión, la tristeza se internó con fuerza en mis entrañas y me arrepentí profundamente de haber hecho algo mal. Justo en ese momento, la gran reina de los difuntos se sintió tan satisfecha de su conquista que decidió romper mi compromiso con ella, no sin antes revelarme algo.

     –Jamás he tenido celos de que fueras feliz en la carretera; mi deber era que dejaras de poner en peligro la vida de otros que sí viajan con prudencia. Nunca he tenido celos de que coquetearas con el alcohol o con las drogas; mi labor era que dejases de ser esa persona destructiva en la que ellas te convertían. Tampoco he tenido celos de tus amigos ni de tu pareja; tan solo era necesario que entendieras que si hieres te hieren y que si abandonas te abandonan.

    En ese momento me dolió escuchar esas palabras, pero empecé a comprender que, en realidad, la Muerte solo desea nuestro respeto hacia ella, nunca nuestro amor, miedo o indiferencia. Y entendí que la misión del miedo es recordarnos la importancia de cuidar todo lo que hay en la tierra y ante todo a la humanidad. Y que la felicidad no significa hacer todo lo que nos haga disfrutar, si con ello herimos a otras personas o a nosotros mismos.

    –Y no siento celos de que le ofrezcas a la Vida todo lo mejor de ti porque finalmente será conmigo con quien te cases para siempre. Yo no tengo prisa a que esto último suceda. No tengas prisa tú. –me susurró la Muerte antes de despedirse, dejando la esencia de su amistad dentro de mi corazón.

    La Vida deseaba impregnarme de su belleza y la Muerte me regaló un largo tiempo para que ocurriera. Y así fue como volví a sentir ganas de amar, de respetar y de sonreír. 

 

Brígida García Ríos

Logo
bottom of page