top of page

SOLO ÉL PUDO HACERLO

Marcos era un adolescente y, sin edad para conducir, cogió aquel coche sin permiso, pensando que la velocidad sería su mayor aliada. Sobrevivió, pero la culpa y el odio que sintió hacia sí mismo se introdujo  sin piedad en lo más profundo de su corazón. 

 

    Años después, parte de su cuerpo destrozado aún le recordaba aquella fatídica imprudencia y por ello seguía castigándose con las drogas.  

 

    Él creía que no merecía su propio perdón y por ello lo mendigaba a los demás con desesperación. Aunque, ¿de qué servía que los demás lo cuidaran, si él mismo se destruía? 

    Con el tiempo, Marcos pudo comprender que aquel chico de quince años era solo un niño, que quería experimentar la bella sensación de libertad que ofrece la velocidad. Era tan solo eso; un niño que deseaba cualquier capricho de este mundo menos hacer daño o hacerse daño. Entendió que la imprudencia solo la comete la inexperiencia y se arrepintió con toda su alma del dolor que se había causado a sí mismo y a los demás. 

 

    Ese día, la compasión que sintió hacia sí mismo se introdujo con tanta fuerza en su interior que, mágicamente, salió de él un río oculto de aguas contaminadas. Sí, ese día, como un tsunami, sus lágrimas liberaron de su interior toda esa culpa y ese odio que cada día más destruían su vida. 

    Así, habiendo espacio dentro de su ser, el perdón entró suavemente en su corazón y curó todas sus heridas. Y, por primera vez en su vida, se abrazó a sí mismo con el mismo sentimiento que abrazaba a un bebé. Luego, sintió un profundo deseo de cuidarse por el resto de sus días, y lo consiguió. 

Brígida García Ríos

Logo
bottom of page